Casa Calise (Hipólito Yrigoyen 2562)

Casa Calise (Hipólito Yrigoyen 2562)

Por su mudez congénita, ¿qué otra cosa pueden hacer las fachadas que no sea hablarnos en el idioma del silencio, desde su rigidez y a través de sus formas? Si tuvieran el don de la voz, gritarían sólo para llamar la atención y sentirse miradas, especialmente aquellas que han cargado con el mismo rostro durante más de cien años. Recurramos, entonces, a la memoria escrita en estas paredes frontales para comprender por qué despertaron tanta fascinación a comienzos del Siglo XX, cuando Buenos Aires se jactaba de ser la ciudad más bella de Sudamérica, la más europea del extremo sur.
Desperdigadas en barrios con marcadas diferencias sociales entre sí, las fachadas nos dan una idea global del perfil ansiado por la ciudad a partir de 1900, donde no era extraño que una casa de familia luciera como un auténtico palacio real. Un claro ejemplo de esos frontis ostentosos lo podemos encontrar en una centenaria casa de rentas de la zona del Once, a pocos metros de la Avenida Rivadavia y muy cerca de la Plaza Miserere.
Bautizada con el apellido de su dueño, la Casa Calise iguala o supera en belleza a las fachadas señoriales de los vecindarios más pudientes. El frente de este edificio de 1750 metros cuadrados, distribuidos en tres cuerpos y un par de locales, es la expresión más fidedigna del art nouveau logrado por el talentosísimo arquitecto italiano Virginio Colombo. Como no podía ser de otra manera, junto con las texturas y los colores utilizados, su impactante ornamentación escultórica muestra una armonía perfecta desde la cúspide hasta la finalización del muro contra la vereda. Los motivos naturales, compuestos por guirnaldas de flores, plantas y racimos, así como los rostros femeninos, predominan en la parte superior del edificio, aunque estos últimos también pueden observarse próximos a las fantásticas cabezas de leones que asoman desde los balcones más cercanos a la acera. Simulando ser fortísimos atlantes, una serie de cándidos querubines acogidos en lienzos decoran el sector inferior de las ventanas principales, y otros semejantes juguetean con los géneros en el ápice del edificio.
De punta a punta, la fachada parece estar en constante movimiento, no sólo por la más de una docena de estos pequeñitos suspendidos a tanta altura, sino también por las enormes siluetas femeninas aferradas a la pared con una naturalidad desconcertante. Al ver la sinuosidad y las posturas de los cuerpos, me cuesta creer que jamás fueron reales… Pero lo que hipnotiza y genera curiosidad es el hermosísimo grupo escultórico central que corona la edificación con una escena que para algunos supone una crucifixión por encontrarse incrustada justamente entre ejes perpendiculares. Sin embargo, aguzando la visión, no presumo otra cosa que la representación del amor en la imagen de un hombre y de una mujer aferrados a una gran antorcha encendida, atrapados en un remolino de paños blancos que, como si fuera viento, los eleva triunfantes hacia el cielo. ¡Es tan subyugante su estética que cuesta quitarle los ojos de encima! Varios metros abajo, casi al ras de la vereda, unos raros elementos decorativos dan forma a las dos puertas principales de entrada y complementan a este frontispicio sobrecogedor. Son los nautilus, una especie de moluscos que el arquitecto Colombo solía repetir en varias de sus construcciones y que aquí aparecen modelados en hierro y enlazados con hojas, flores y estrellas de mar.
A simple vista, la Casa Calise logró mantener intacta su fachada, nacida en épocas donde la mejora económica y social transformó a Buenos Aires en una metrópoli. Sin embargo, en las décadas siguientes -siempre en nombre del adelanto y del ansiado bienestar- decenas de ellas fueron demolidas junto con las edificaciones o mutiladas por las nuevas tendencias arquitectónicas. Tiempos peligrosos son los actuales para estas caras centenarias, acosadas cada vez más por las innovaciones del diseño urbano y el continuo crecimiento inmobiliario. Tiempos en los que el progreso y el sueño cumplido de otros puede quedar reducido a una simple montaña de escombros.