Quien quiera oír, que oiga

Quien quiera oír, que oiga

Y quien quiera oír mejor, que venga a visitar el Museo del Audífono de la Ciudad de Buenos Aires.  Son pocos los metros cuadrados que ocupa el museo sobre la calle Perón al 1600, pero alcanzan para sumergirse en el mundo de la hipoacusia y de la evolución de los objetos acústicos a través del tiempo,  con el único fin de lograr que el sonido vuelva a ser percibido por el oído humano.

Es el primer y único museo en su tipo en el país y en toda Latinoamérica; y el cuarto a nivel mundial. Surgió como idea de don Francisco Beker, pero fue su hijo Gabriel, audioprotesista, quien se encargó de hacerla realidad. Su historia parte de una primigenia colección de tan sólo quince audífonos de las décadas del 50, del 60 y del 70, pero que con el correr de los años ya supera  las cuatrocientas piezas.  Dinamarca, Holanda, Suiza, Yugoslavia,  Alemania, Austria y Estados Unidos son algunos de los países de los cuales provienen las audioprótesis  y demás instrumentos vinculados a la recepción del sonido, destacándose las marcas comerciales de origen:  Danavox, Phonak, Oticon, Widex, Philips, Zenith, entre otras.

El destino hizo que Marcel Marceau visitara el lugar. Y es el mimo más famoso del mundo el que desde hace más de una década da la bienvenida desde la cartelera luminosa del local a quienes –entendidos o no en la materia– deseen saciar la curiosidad en esta mélange de audífonos a carbón, a válvula, solares, de caja; de cornetas auditivas; de audigafas; de analizadores y de microscopios para reparar audífonos; de comunicadores telefónicos; de pilas, de baterías, de fotografías, de publicidades antiguas y otras rarezas.

“Expresarme con el cuerpo es para mí, más que una técnica o una corriente interpretativa, una auténtica necesidad”, dijo Marceau. Yo me pregunto… ¿¡por qué no probó con unos buenos audífonos, Marcel!?