Adiós al ayer

Adiós al ayer

Últimamente, los argentinos hemos descubierto una nueva modalidad: demoler, desvalorizar, deshacernos como si nada y sin el más mínimo prurito de todo aquello que signifique bienes culturales, edilicios, naturales, etcétera. En este caso, la Farmacia Stella Maris era una reliquia por donde se la mirara.

En 2007, buscando tesoros urbanos, tuve la oportunidad de fotografiarla y de charlar con sus farmacéuticos. Recuerdo que don Mario Schitter, su dueño, ya era muy mayor y siempre permanecía en la parte trasera del local hasta que algún cliente entraba, momento en el que se acercaba rápidamente al mostrador para atenderlo. Se notaba a flor de piel su pasión por la farmacia. Ramón, su colega, fue quien me contó un poco la reseña del lugar y también la de don Mario. Tiempo después, la farmacia comenzó a cerrar algunos días, hasta que la persiana no se levantó más. Un día me crucé en la calle con Ramón y me confirmó su cierre definitivo. La familia de don Mario no quería seguir con el negocio. Lamentablemente, la farmacia tampoco fue catalogada como patrimonio o museo por los distintos gobiernos de la ciudad que llegaron al poder, lo que le hubiera dado un mejor destino.

Digo esto porque la tristeza fue enorme cuando un día vi un cartel en la puerta de la farmacia que decía “Feria Americana”, mientras adentro, apilados sobre mesas improvisadas, se remataban objetos que por más de cien años durmieron en sus vitrinas. Mayor fue la angustia al ingresar y ver cómo entre la semioscuridad del local un grupo de personas desarmaba los muebles (impresionantes trabajos de ebanistas del siglo pasado) y otras aprovechaban la ocasión para vender ropa hindú. Lo primero que se me vino a la mente fue la imagen de don Mario, para quien la farmacia -según sus propias palabras- era su vida. Entonces, la pena fue mucho más grande. Ante tanta desolación, miré a mi alrededor, me acordé de don Mario y lancé un deseo en silencio: ojalá que algún día aprendamos a valorar no sólo el paso del tiempo en las cosas materiales, sino también a ese que se aloja en cada historia personal.

Vaya el siguiente relato para recordar una reliquia que ya no está

Muchos desconocen su existencia, tal vez por la gran cantidad de boticas modernas que, con sus carteles azules y verdes, invaden diariamente la ciudad. Sin embargo, quien desee emprender un fascinante viaje hacia su descubrimiento, sólo debe observar minuciosamente el mapa de los tesoros porteños y dirigirse, con los cinco sentidos a flor de piel, al barrio de Balvanera. .

Fundada por Tomás Perón, abuelo paterno de quien fuera tres veces presidente de la República Argentina, la Farmacia “Stella Maris” es, desde hace más de 120 años, testimonio vivo de una época de Buenos Aires y de la actividad farmacéutica. Por haber conservado intactos sus muebles y su decoración, fue distinguida por el Museo de la Ciudad.

Introducirnos en ella es casi como entrar en un túnel del tiempo y retroceder, por lo menos, un siglo. La ambientación sugiere épocas de tisanas, ungüentos, emplastos, ventosas y recetas magistrales. Todos sus cajones, estanterías, mostradores y frascos son del siglo XIX.

El trabajo de labrado que muestran sus muebles en roble americano dejaría mudo a más de un ebanista actual. Además, los vitraux, de que hace gala, merecen ser observados con detenimiento.

Para conocer algunos detalles de la historia de esta botica singular, la revista Kairos la visitó en el año 1988 y mantuvo una charla con Mario Schitter, su propietario desde hace más de cinco décadas. Esa entrevista es el único vestigio que existe sobre este antiquísimo lugar.

“La farmacia debe datar de 1880 o de algunos años antes. En ese entonces, estaba en la esquina de enfrente, donde ahora se levanta la Banca Nationale del Lavoro [actualmente, un locutorio]. La fundó Tomás Perón, pero este mobiliario data del segundo dueño —colega de buen gusto— José Patiño Gómez. Los muebles fueron hechos por un artesano de la calle Rioja y los frascos marrones los importó de Alemania. Era tal la cantidad de frascos que tenía la farmacia que sirvieron para armar dos farmacias más.

El 1° de octubre de 1954 Mario Schitter compró la farmacia por 500.000 pesos, la mitad al contado y el resto a pagar en 60 cuotas. Las molduras, las bisagras y las cerraduras son artesanales. Cada cajón tiene un rótulo en chapa para indicar su contenido. “Jamás se arreglaron los muebles, ni siquiera las bisagras se rompieron, y el lustre es original”, dice don Mario.

En 1986, el Museo de la Ciudad, a través del ex director José María Peña, otorgó a su dueño un diploma donde lo felicita y le agradece por haber conservado el patrimonio, a todas luces artístico.

“Fue un inmenso orgullo. Mi verdadera vocación es la farmacia. Yo estoy muy feliz estando todo el día acá adentro, así que… ¡imagínese! Me premiaron por lo que más valoro. Estaban presentes todos mis amigos. No faltó ninguno. Y, después, nos fuimos a festejar”, cuenta Mario. Schitter llegó al país desde Polonia en el año 30 y vivió en Basavilbaso, Entre Ríos..

“Estudiar me costó mucho, porque no conocía el idioma. Mi mejor amigo de la infancia era el hijo del farmacéutico de mi pueblo. Y cuando yo podía entrar en el laboratorio de su papá, para mí era un día de fiesta”, dice don Mario. Durante su juventud estudió en la Universidad de La Plata y se recibió a los 27 años.

Cuando se le pregunta por la suerte que podría correr la farmacia en el futuro, no duda en responder: “Jamás vendería la farmacia. Esto es mi vida”.